Por Franck Gaudichaud
Revista Memoria – México
A más de 40 años del golpe de
Estado que derrotó a la vía chilena al socialismo y a 30 años de la fundación
del mayor movimiento social del continente, el Movimiento de trabajadores
rurales sin tierra (MST) de Brasil; a 20 años del grito zapatista ¡Ya basta! en
Chiapas en contra del neoliberalismo y del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN) y a más de 15 años de la victoria electoral de Hugo Chávez en
Venezuela (y transcurridos más de dos años desde su muerte), los pueblos
indo-afro-nuestroamericanos y sus tentativas de construcción de gramáticas
emancipadoras parecen encontrarse en un nuevo punto de inflexión. Un ciclo de
mediana duración, social, político y económico parece agotarse paulatinamente,
aunque de manera no uniforme, ni para nada lineal. Con sus avances reales (pero
relativos), sus dificultades e importantes limitaciones, las experiencias de
los diferentes y muy variados gobiernos “progresistas” de la región, sean
procesos meramente de centro-izquierda, social-liberales, o -al contrario-
nacional-populares más radicales, que se reclamen anti-imperialistas o se
descalifiquen en los medios conservadores como “populistas”, sean revoluciones
bolivarianas, ando-amazónicas o “ciudadanas” o simples recambios
institucionales hacia el progresismo, estos procesos políticos parecen topar
ante grandes problemáticas endógenas, fuertes poderes fácticos conservadores
(nacionales como también globales) y no pocas indefiniciones o dilemas
estratégicos no resueltos.
De gobiernos progresistas y
posneoliberales
Sin lugar a duda, en los
países donde se han consolidado varias y aplastantes victorias electorales de
fuerzas de izquierda o antineoliberales, en particular en las naciones donde
esas victorias son producto de años de luchas sociales y populares (como en
Bolivia) o de una rápida politización-movilización de los de abajo (como en
Venezuela), el Estado y sus regulaciones, el crecimiento económico interno, el
combate a la pobreza extrema a través de programas específicos de
redistribución y la institucionalización de nuevos servicios públicos han ido
ganando terreno: una diferencia notable y ningún caso menospreciable con el
ciclo infernal de las privatizaciones, fragmentación y la violencia de la
desregulación capitalista neoliberal de los años 90. Allí, apareció de nuevo la
fuerza pública como ente regulador del mercado nacional, redistribuidor parcial
de las rentas extractivas y de las riquezas del subsuelo hacia los y las más
empobrecid@s, con efectos directos e inmediatos para millones de ciudadanos y
ciudadanas, un proceso que explica en parte la solidez de la base social y
electoral de estas experiencias hasta el día de hoy (y en algunos casos después
de más de más de 10 años de gobierno). Por primera vez –desde hace décadas–
varios gobiernos “posneoliberales”, comenzando por Bolivia, Ecuador y
Venezuela, demostraron que sí es posible comenzar a retomar el control de los
recursos naturales y, al mismo tiempo, hacer retroceder pobreza extrema y
desigualdades sociales con reformas de inclusión política de amplios sectores
populares, hasta el momento marginados del derecho de decidir, opinar y sobre
todo participar. También volvió a surgir en los imaginarios geopolíticos
continentales el sueño de Bolívar y las iniciativas de integración regional
alternativa y cooperación entre los pueblos (como el ALBA-TCP), intentando
recobrar espacio de soberanía nacional frente a las grandes potencias del
Norte, al imperialismo militar y a las nuevas carabelas que son las firmas
transnacionales o las órdenes unilaterales de las instituciones financieras
mundiales.
En un momento en que el viejo
mundo y los pueblos de la Unión Europea están sometidos a la dictadura
financiera de la Troika (FMI, Comisión Europea y Banco Central Europeo) y en
una profunda crisis económica, política e incluso moral, es importante subrayar
la capacidad que han tenido varios movimientos populares y líderes de Nuestra
América de resistir y comenzar a reconstruir multilateralismo, democratizar la
democracia e incluso reinventar la política, con proyectos que se pensaron como
alternativas para el siglo XXI. Cuando un país como Grecia intenta asomar la
cabeza frente a los embates de la deuda y de las clases dominantes europeas,
cuando muchos trabajadores, jóvenes y colectivos de esta parte del mundo buscan
derroteros emancipadores, mucho se podría aprender de América Latina, de su
traumática experiencia con el fundamentalismo capitalista neoliberal y de sus
ensayos heroicas de contrarrestarlo desde el sur del sistema-mundo.
Los complejos caminos del
anticapitalismo y del poder
No obstante, como lo declaraba
a principios del 2015 el teólogo y sociólogo François Houtart, secretario
ejecutivo del Foro Mundial de Alternativas, el desafío fundamental –en
particular para países que más despertaron expectativas de cambio– sigue siendo
la definición de caminos de transición profunda hacia un nuevo paradigma
civilizatorio poscapitalista. Es decir se trata de no sólo quedar atrapado en
un objetivo de modernización posneoliberal y menos aún dentro de un
neodesarrollismo asistencialista o un intento de reacomodo entre crecimiento
nacional, burguesías regionales y capitales extranjeros: significa apuntar a
una transformación de las relaciones sociales de producción y de las formas de
propiedad. Sin duda, la tarea es gigantesca y ardua. En esta perspectiva y en
este momento histórico, a pesar de los avances democráticos conquistados [2]
con sangre y sudor, afloran las múltiples tensiones y límites de los diversos
progresismos latinoamericanos o, más bien, del periodo abierto a principios de los
años 2000 en la lucha contra la hegemonía neoliberal. Un intelectual -hoy
estadista- como Álvaro García Linera presenta estas tensiones (en particular
entre movimientos y gobiernos) como potencialmente “creativas” y
“revolucionarias”, como experiencias necesarias para avanzar gradualmente en
dirección de un “socialismo comunitario” [3] , tomando en cuenta la relación de
fuerzas geopolíticas, políticas y sociales realmente existentes (y, de paso,
despreciando sin mucho argumentos como “infantiles” a todas críticas que
provengan de su izquierda…). Dentro de esta orientación, la conquista electoral
del gobierno por fuerzas nacional-populares es pensada como una respuesta
democrática – y “concreta”- a la emergencia plebeya de los años 90-2000, y el
Estado es considerado como instrumento esencial de “administración de lo común”
frente al reino de la ley del valor y la disolución anómica neoliberal. En esta
defensa de lo conquistado desde los diferentes progresismos gubernamentales, a
veces analizados como un todo homogéneo, encontramos también la pluma de
intelectuales de renombre como Emir Sader o de la educadora popular y socióloga
chilena Marta Harnecker. [4]
Al contrario, no pocos
militantes de terreno, algunos movimientos y analistas críticos de horizontes políticos
plurales (como Alberto Acosta y Natalia Sierra en Ecuador, Hugo Blanco en Perú,
Edgardo Lander en Venezuela, Maristella Svampa en Argentina o Massimo Modenesi
en México, entre otros) insisten en la dimensión cada vez más “conservadora” de
las políticas estatales del progresismo o nacionalismo posneoliberal (desde
Uruguay hasta Nicaragua pasando por Argentina [5] ) e incluso en su carácter de
“revolución pasiva” (en el sentido de Gramsci): o sea una transformación “en
las alturas” que modificaría efectivamente los espacios políticos, las
políticas públicas y la relación Estado-sociedad, pero que va integrando -e in
fine neutralizando- la irrupción de las y los de abajo en las redes de la
institucionalidad, organizando un brusco reacomodo en el seno de las clases
dominantes y del sistema de dominación, frenando la capacidad de
autoorganización y control desde debajo de los pueblos movilizados. [6] Visto
así la “captura” del Estado por fuerza progresistas puede significar la captura
de la izquierda… por las fuerzas del Estado profundo, su burocracia y los
intereses capitalistas que representa; visto así la estrategia de la toma del
poder para cambiar el mundo puede terminar en una izquierda tomada por el
poder, cambiándolo todo para conservar lo principal del mundo actual como
tal. Para el escritor uruguayo Raúl Zibechi:
"En la medida que el
ciclo progresista latinoamericano se está terminando, parece el momento
adecuado para comenzar a trazar balances de largo aliento, que no se detengan
en las coyunturas o en datos secundarios, para irnos acercando a diseñar un
panorama de conjunto. De más está decir que este fin de ciclo está siendo
desastroso para los sectores populares y las personas de izquierda, nos llena
de incertidumbres y zozobras por el futuro inmediato, por el corte derechista y
represivo que deberemos afrontar". [7]
¿Fin de ciclo?
En las últimas semanas una
avalancha de artículos de opinión –varios de los cuales ya hemos publicados en
Rebelion.org- debaten de la existencia o no de un “fin de ciclo” progresista,
incluso de la existencia de tal “ciclo”, este debate llegando a tal nivel de
polarización que unos autores acusan a los otros de hacerle el juego al imperio
por ser “diagnosticadores de la capitulación” e “izquierdistas de cafetín” (dixit
Garcia Linera), cuando los segundos tildan los primeros de haberse convertidos
en intelectuales por encargo y acríticos al servicio de los Estados de la
región y de gobiernos ya no progresivos si no que regresivos… Este
diálogo de sordos poco aporta para desentrañar el momento político actual.
Seguramente, las ideas en torno a posible “reflujo del cambio de época” [8] o,
desde una óptica contraria, la idea de un paulatino “fin de la hegemonía
progresista” [9] son seguramente más exactas y complejizadas para comenzar a
dar esta discusión de manera constructiva aunque conflictiva. Todo eso
reconociendo que este fenómeno se da en condiciones territoriales-nacionales
altamente diferenciadas:
"Este deslizamiento es
más perceptible en algunos países (por ejemplo Argentina, Brasil y Ecuador) que
en otros (Venezuela, Bolivia y Uruguay) ya que en estos últimos se mantienen
relativamente compactos los bloques de poder progresistas y no se abrieron
fuertes clivajes hacia la izquierda. En particular, Venezuela fue el único país
en donde se impulsó la participación generalizada de las clases subalternas con
la conformación de las Comunas a partir de 2009 …"
[10]
Más allá de la polémica acerca
de la dimensión del agotamiento, inflexión o reflujo del periodo en curso, y
subrayando la variedad de los procesos analizados, surge que en muchos planos
los progresismos gubernamentales parecen haber optado definitivamente, bajo la
presión de actores globales como endógenos, por un “realismo modernizador” y la
política de la “medida de lo posible”, lo que es a menudo el mejor derrotero
para justificar la renuncia a cambios estructurales en una dirección
anticapitalista: una dinámica que podría ser simbolizada por el encuentro
(julio 2015) “fraternal” entre la presidenta brasilera Dilma Roussef –militante
del Partido de los Trabajadores–y el criminal de lesa humanidad Henri Kissinger
(ex secretario de Estado de eeuu ), en un momento en que Dilma buscaba un
respaldo político imperial frente a una oposición en alza en el seno de la sociedad
civil y a una derecha revitalizada por la amplitud de los casos de corrupción
en filas oficialistas. Por cierto, el objetivo del ejecutivo de la principal
potencia latinoamericana con este tipo de gestos diplomáticos es, ante todo,
dar un respaldo a “sus” sectores dominantes y otorgar más “seguridad” para los
negocios en Brasil. Desde otra trinchera y otra latitud, el tratado de libre
comercio encubierto firmado en 2014 por Ecuador con la Unión Europea recuerda
los límites de los anuncios sobre el “fin de la noche neoliberal”, incluso por
parte de uno de los gobiernos paragones de esta perspectiva. Hoy, el gobierno
Correa enfrentado con la derecha y denunciando los peligros de un “golpe
blando” se muestra también en conflicto con movimientos sociales e indígenas (y
con una aun débil izquierda), hasta tal punto que según Jeffrey Webber se
podría hablar de una situación de “impasse político”, en el sentido
desarrollado por el marxista Agustín Cueva, donde la figura cesarista del
presidente juega un papel de estabilizador funcional al capital:
"Ha habido momentos
recurrentes en la historia de Ecuador donde la intensidad de los conflictos
horizontales, intercapitalistas, en combinación con las luchas verticales entre
las clases dominantes y populares, resultaban demasiado como para ser
soportadas por las formas existentes de dominación. Entre medias, mientras los
políticos buscaban nuevas formas más estables de dominación, reinaba la
inestabilidad hasta alcanzar un impasse".
[11]
La herencia maldita extractivista
De manera más general, es
necesario mencionar, aunque no sea el único problema, la permanencia en todos
los países progresistas de un modelo productivo y de acumulación donde se
entrelazan, siguiendo varios grados e intensidades, capitalismo de Estado,
neodesarrollismo y extractivismo de recursos primarios o energéticos, con sus
efectos depredadores sobre comunidades indígenas, trabajadores y ecosistemas...
Esa tensión endógena se articula, de manera desigual y combinada, con un
contexto financiero globalizado feroz y el hecho central de la actual
coyuntura: la crisis económica que ya golpea fuertemente a la región,
provocando una brusca caída del precio de las materias primas y en particular
del barril de petróleo (que pasó de casi 150 dólares a menos de 50), terminando
así con el periodo anterior de bonanzas y desnudando de nuevo la matriz
productiva dependiente y neo-colonial de América latina, herencia maldita de
siglos de sometimiento imperialista. Este contexto corresponde a la vez a con
una clara ofensiva del capital transnacional, de Estados del Norte y de algunos
gigantes del Sur (comenzando por China) para acaparar más tierras agrícolas,
energía, minerales, agua, biodiversidad, mano de obra, en una vorágine que
pareciera sin fin… hasta las últimas gotas de vida. En países como Bolivia o
Ecuador donde hay más conciencia política de estos peligros, se defiende desde
el gobierno y sus apoyos políticos la táctica –bastante sensata- de pasar por
un necesario momento industrializador-extractivista para construir la
transición con algo de fuerza económica: eso es algo como un “extractivismo
transitorio posneoliberal” que permitiría desarrollar pequeños países con pocos
recursos, crear riquezas de acumulación originaria para responder a la inmensa
urgencia social que conocen esas naciones empobrecidas y a la vez
debutar un lento proceso cambio del modelo de acumulación. No obstante, según
Eduardo Gudynas, secretario ejecutivo del Centro Latino Americano de Ecología
Social (CLAES):
"No hay ninguna evidencia
de que eso esté ocurriendo por varias razones: la primera es que la forma en
que se usa la riqueza generada por el extractivismo en buena parte se destina a
programas que profundizan más el extractivismo, por ejemplo, aumentar las
reservas de hidrocarburos o alentar la exploración minera. Segundo, los
extractivismos tienen derrames económicos que inhiben procesos de autonomía en
otros sectores productivos, tanto en la agricultura como en la industria. El
Gobierno tendría que tomar medidas de precaución para evitar esa deformación y
eso no está ocurriendo, de hecho hay una deriva agrícola a promover cultivos de
exportación mientras se aumenta la importación de alimentos. Tercero, como los
proyectos extractivos generan tanta resistencia social (ejemplos recientes son
el de los Guaranís de Yategrenda, Santa Cruz, o la reserva Yasuni en Ecuador),
los gobiernos tienen que defenderlos de forma tan intensa que refuerzan la
cultura extractivista en amplios sectores de la sociedad y por tanto inhiben la
búsqueda de alternativas". [12]
De hecho, no es una casualidad
que el ciclo de luchas populares y movilizaciones que está emergiendo en el
corazón de América, anunciando –tal vez– un nuevo periodo histórico de luchas
de clases, esté directamente ligado a estas depredaciones, represiones y sus
consiguientes resistencias socio-territoriales:
"La resistencia está
centrada en la minería y los monocultivos, en particular la soja, así como en
la especulación urbana, o sea en los diversos modos que asume el extractivismo.
Según el Observatorio de Conflictos Mineros en la región hay 197 conflictos
activos por la minería que afectan a 296 comunidades. Perú y Chile, con 34
conflictos cada uno, seguidos de Brasil, México y Argentina, son los países más
afectados". [13]
Crisis económica mundial y
nuevas luchas populares
Esta tendencia se manifiesta
en el contexto ya descrito de fuertes sombras en relación al crecimiento
económico de los últimos años, la profunda crisis del capitalismo mundial que
sigue su curso y la permanencia de inmensas desigualdades sociales y asimetrías
regionales en todo el continente. Por otra parte, es menester subrayar la
importante ofensiva de las diversas derechas empresariales y mediáticas como
también de las oligarquías de la región que aprovechan el fin de la hegemonía
progresista para retomar el terreno perdido desde hace 15 años frente a los
diferentes líderes carismáticos y dirigentes progresistas. Esas derechas
conservadoras y neoliberales siguen controlando –en el plano político– ciudades,
regiones y países claves (como México y Colombia), amenazando de manera
constante los derechos arrancados en la última década y el proceso de nueva
integración regional más autónoma de Washington. Sabemos que estas fuerzas
regresivas se mostraron, y se muestran, listas para organizar múltiples formas
de desestabilización, e incluso golpes de Estado (como lo fue en la última
década en Paraguay, Honduras, Venezuela), con el apoyo explícito o indirecto de
la agenda imperial de eeuu. [14]
Sim embargo, desde abajo,
protestas populares multisectoriales, pueblos originarios, estudiantes y
trabajadores ponen también en el tapete su propias agendas y reivindicaciones,
realzando los límites de las transformaciones de fondo realizadas en países
donde gobiernan fuerzas “posneoliberales” y su absoluta ausencia donde todavía
dominan las derechas neoliberales, denunciando las diversas formas de
represión, intimidación o cooptación en ambos casos: oposición colectiva a la
soja transgénica o huelgas obreras en Argentina; grandes movilizaciones
callejeras de la juventud en las principales ciudades brasileñas demandando el
derecho a la ciudad y contra la corrupción; crisis profunda del proyecto
bolivariano, violencia de la oposición y reorganización del movimiento popular
en Venezuela; en Perú, luchas campesinas e indígenas en contra de megaproyectos
mineros (como el proyecto Conga); en Chile, Mapuche, asalariados y estudiantes
denunciando con fuerza la herencia maldita de la dictadura de Pinochet; en
Bolivia, críticas de la Central Obrera Boliviana y de sectores del movimiento
indígena hacia la política de “modernización” de Evo Morales; en Ecuador,
abandono por parte del presidente Correa del proyecto Yasuní que debía dejar el
petróleo bajo tierra y enfrentamiento entre el ejecutivo, la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador ( conaie ) y franjas significativas de la
sociedad civil organizada; en Colombia, una larga búsqueda de una paz
verdadera, es decir una paz con transformación social, económica y reforma
agraria, etc.
El topo de la historia y las
alternativas
El escenario es tenso y
movedizo. Pero, a pesar de todo el “viejo topo de la historia” (en el sentido
que lo entendía Marx) sigue cavando y junto con él se despliegan una gran
variedad de experiencias de luchas sociales, conflictos de clases y debates
políticos acompañados de múltiples ejercicios de poder popular, alternativas
radicales y utopías en construcción. [15] Si algunos intelectuales críticos
pudieron creer –y hacer creer–, durante un tiempo, que América Latina –o mejor
dicho Abya Yala– alcanzaría el nuevo El Dorado del “socialismo del siglo xxi ”
gracias a un “giro a la izquierda” gubernamental y victorias electorales
democráticas, sabemos que los caminos de la emancipación son más complejos, profundamente
sinuosos y que los aparatos de poder (militares, mediáticos, económicos) de las
oligarquías latinoamericanas e imperiales son sólidos, resilientes,
enquistados, e incluso feroces cuando es necesario. Transformar las relaciones
sociales de producción y desbaratar las dominaciones de “raza” y de género en
las sociedades de Nuestra América es una dialéctica que tendrá que partir, sin
duda y de nuevo, desde abajo y a la izquierda, desde la autonomía y la
independencia de clase, pero siempre en clave política, y no desde un ilusorio
cambio sin tomar el poder. Eso es sin negar que estos intentos colectivos de
poder popular deban continuar apoyándose en avances electorales parciales o
puedan considerar la importancia de conquistar espacios institucionales y
partidarios dentro del Estado, si -y solo si- el desarrollo de tales nuevas
políticas públicas se ponen al servicio de los “comunes” y de los subalternos.
¿Se puede utilizar el Estado para terminar con el Estado… capitalista, usándolo
un tiempo como barrera de contención de colosales fuerzas hostiles ajenas? ¿o,
como lo constató Marx, el Estado por ser fundamentalmente criatura de los
dominantes no puede ser herramienta nuestra sin arriesgar colonizarnos, mente,
alma y practicas? Es evidente que el control del ejecutivo representa “sólo” la
conquista de un poder parcial, y aún más limitado si no se posee mayoría
parlamentaria y una base social movilizada [16] : recordemos las lecciones de
Chile y de cómo se derrotó en 1973 a Salvador Allende y la vía
institucional al socialismo de la Unidad Popular…
Por eso un gobierno de
izquierda y de los pueblos, muestra su verdadero carácter alternativo cuando
sirve de palanca y estímulo para las luchas auto-organizadas de los
trabajadores y de los movimientos populares o indígenas, favoreciendo dinámicas
de empoderamiento real, transformación de la relaciones sociales de producción,
construcción de autogestión y caminos emancipatorios desde y para
el “bien vivir”. En el caso contrario, las fuerzas políticas de izquierda están
condenadas a gestionar el orden existente, e incluso en momento de
inestabilidad a elevarse por encima de la clases sociales de manera
bonapartista para perpetuar el leviatán estatal, administrando la dominación de
manera más o menos “progresista”, con más o menos roces con las elites locales.
Sin duda, la inflexión y dudas
actuales representan peligros y oportunidades; es también el momento de volver
a discutir lo nuevo sin olvidar lo “viejo” y debatir sobre las estrategias
anticapitalistas y sus herramientas políticas para construir lo que proponemos
llamar un ecosocialimo nuestroamericano del siglo xxi : un proyecto que
no sea calco ni copia, que rechace dejar agobiarse por las tácticas electorales
cortoplacistas, por las luchas de caudillos y de aparatos burocráticos, pero
sin tampoco aceptar el arrastre y la ilusión de la construcción de una
pluralidad de autonomías sociales sin proyecto político común, un mínimo
centralizado. Con este propósito, es fundamental abrir los ojos, el olfato, los
sentidos y los corazones a los experimentaciones colectivas en curso, a menudo
existentes por debajo y por encima de los radares mediáticos consensuales, sin
duda todavía dispersas o pocos conectadas, pero que conforman una inmenso rio
de luchas en permanente transformación, desde lo real y lo concreto, desde sus
errores y aciertos. Experiencias que permiten entender dinámicas emancipadoras,
tentativas originales colectivas y los peligros que deben enfrentar o sortear.
Por cierto, no nos permiten mostrar una forma ideal de tentativas de
sublevación exitosas, sino más bien un mosaico de praxis-saberes-accionares:
algunas centradas desde el campo-agrario y lo territorial, otras más desde lo
productivo y las fábricas recuperadas, otras desde lo barrial y comunitario
urbano, otras también iniciadas desde políticas estatales o institucionales
pero controladas por sus usuarios: luchas de las mujeres en contra de la
violencia patriarcal, de los sin techo, de los indígenas, de la clase obrera en
varios países, ejemplo de la agroecología alternativa en Colombia, de los
reclamos de “buen vivir” en Ecuador, de los consejos comunales en Venezuela, de
la fábricas sin patrones en Argentina, de los medios comunitarios en Brasil y
Chile, de las rondas comunitarias en Perú y México, etc.
"Iniciativas
organizativas locales de toma y ejercicio de poder popular, virulentas
protestas callejeras de rechazo a decisiones orquestadas desde el poder
nacional y transnacional; pero también, asambleas constituyentes de refundación
utópica, recuperación de las riendas de la política por parte de los Estados:
los caminos de la emancipación están lejos de ser unívocos. En tanto
experimentaciones, suponen ensayos, titubeos y repliegues. Pero también,
conquistas. Complejas, a veces contradictorias, pero profunda y sinceramente esperanzadoras,
experiencias (que) constituyen un alimento para quienes participan en la tarea
de reinventar las sociedades y la manera de hacer política, sean estos
ciudadanos de los países de la región o mujeres y hombres que han emprendido
el esforzado camino de la resistencia y la emancipación, desde otras geografías". [17]
Esa pluralidad de voces y de
ejemplos posibilita retomar el hilo de una discusión que ya recorre las venas
abiertas del continente; permite pensar más allá y más acá de proyectos
progresistas gubernamentales, asumiendo que es, al mismo tiempo, indispensable
crear frentes socio-políticos para enfrentar las amenazas del regreso masivo de
las derechas y del imperialismo en Suramérica. Sobre todo, nos obliga a pensar
a contracorriente, en contra de una “izquierda contemplativa, institucional,
administrativa, una izquierda de aspirantes a funcionarios y funcionarias, una
izquierda sin rebeldía, sin mística, una izquierda sin izquierda”. [18] Y
también saber pensar en contra de nuestros propios mitos desarrollistas y
teleológicos, asumiendo la urgencia global de un planeta maltratado al borde
del colapso ecológico y climático. Por cierto, es esencial reconocer que estas
diversas experiencias y vivencias que mencionamos aquí brevemente sobre cómo
cambiar el mundo son contradictorias, incluso divergentes: algunas
aisladas, muy localizadas y otras, al contrario, institucionalizadas o
dependientes del Estado. De allí el interés de retomar los grandes debates estratégicos
del siglo XX, pero desde los tiempos actuales y con en memoria los balances de
las dolorosas derrotas pasadas: ¿Cómo emprender una transición poscapitalista y
ecosocialista en el siglo XXI? ¿Cuáles serán el papel de las herramientas
político-partidarias y de los movimientos en este tránsito? ¿Qué papel de las
fuerzas armadas, del sistema parlamentario, de los sindicatos? Destruirlos,
utilizarlos, transformarlos, evitarlos, fisurarlos… muy bien, pero en cualquier
caso: ¿cómo? ¿Y de qué manera reconstruir sentidos comunes, hegemonía cultural
y una izquierda anticapitalista desde y para el pueblo? ¿Cómo evitar
forjar ilusiones en torno a pequeños grupos de afinidades cerrados sobre ellos
mismos y, al mismo tiempo, no repetir el horror burocrático y estadocentrico
del siglo XX?
Ecosocialismo o Barbarie
La gran Rosa Luxemburgo
advertía, en 1915, “avance al socialismo o regresión a la barbarie”. En 2015,
sus palabras cobran un sentido aún más catastrófico y premonitorio: “avance al
ecosocialismo o ecocidio global” [19]. Sin dudas, es desde la “osadía de lo
nuevo” que podremos volver a soñar en derribar los muros del capital, del
trabajo asalariado, del neocolonialismo y del patriarcado:
"Cambiar el mundo suena
muy ambicioso. Es más, parece bastante arriesgado si se toma en cuenta todos
los grupos de poder que jamás permitirían que se desmonte la civilización
capitalista. Pero en las actuales circunstancias, no hay otra alternativa. Las
condiciones de vida de amplios segmentos de la población y de la Tierra misma,
se deterioran aceleradamente. Nos acercamos a un punto sin retorno. Y la opción
de cambiar de planeta no existe. (…) Debemos aceptar el desafío. Debemos ser
rebeldes ante el poder (y quizá hasta desear su destrucción). Debemos aceptar
nuestras limitaciones como seres humanos dentro de la Naturaleza. Debemos odiar
toda forma de explotación. Debemos ser quienes nos levantemos contra las
injusticias y contra quienes las cometan. No debemos resignarnos. Tenemos que
seguir exigiendo y construyendo lo imposible".
[20]
La tarea ya comenzó,
es pan de hoy día y seguirá mañana.
Santiago de Chile, primavera austral 2015
[2] Tales como la construcción de Estados plurinacionales, la instalación de derechos sociales más o menos institucionalizados, la creación de asambleas constituyentes y de espacios de participación comunitaria o el impulso integracionista regional.
[3] García Linera, Álvaro, Las tensiones creativas de la Revolución. La quinta fase del Proceso de Cambio, La Paz, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, 2011. En: www.rebelion.org/docs/134332.pdf.
[4] Emir Sader, “¿El final de un ciclo (que no existió)?”, Pagina 12, Buenos Aires, 17 de septiembre de 2015 y Marta Harnecker, “Los movimientos sociales y sus nuevos roles frente a los gobiernos progresistas”, Rebelión, 07-09-2015, http://rebelion.org/noticia.php?id=202910 .
[5] Es necesario anotar aquí que, para nosotros, el actual gobierno chileno de Michelle Bachelet se sitúa claramente fuera de esta categoría “progresista posneoliberal suramericana” por ser fundamentalmente una continuidad “reformista” del neoliberalismo de los gobiernos de la Concertación que dirigieron el país entre 1990 y 2010. Cf. F. Gaudichaud, Las fisuras del neoliberalismo. Trabajo, “Democracia protegida” y conflictos de clases , Buenos Aires, CLACSO, abril 2015. En: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20150306041124/EnsayoVF.pdf .
[6] Modenesi, Massimo, “Revoluciones pasivas en América Latina. Una aproximación gramsciana a la caracterización de los gobiernos progresistas de inicio de siglo”. En: Modenesi, Massimo (coord.), Horizontes gramscianos. Estudios en torno al pensamiento de Antonio Gramsci , México, fcp y s-unam , 2013.
[7] Zibechi, Raúl, "Hacer balance del progresismo", Resumen latinoamericano, 4 de agosto del 2015. En: www.resumenlatinoamericano.org/2015/08/04/hacer-balance-del-progresismo.
[8] Katu Akornada, “¿Fin del ciclo progresista o reflujo del cambio de época en América Latina? 7 tesis para el debate”, Rebelión, 8 de septiembre del 2015, www.rebelion.org/noticia.php?id=203029 .
[9] Massimo Modenesi, “¿Fin del ciclo o fin de la hegemonía progresista en América Latina?”, La Jornada, 27 de septiembre del 2015.
[10] Massimo Modenesi, “¿Fin del ciclo o fin de la hegemonía progresista en América Latina?”, op. cit.
[11] Jeffery R. Webber, “Ecuador en el impasse político”, Viento Sur, 20 de septiembre de 2015, http://vientosur.info/spip.php?article10496.
[12] Ricardo Aguilar Agramont, “Entrevista a Eduardo Gudynas: La derecha y la izquierda no entienden a la naturaleza”, La Razón, 23 de agosto de 2015.
[13] Zibechi, Raúl, “Hacia un nuevo ciclo de luchas en América Latina”, Gara, 3 de noviembre del 2013, http://gara.naiz.info/paperezkoa/20131103/430771/es/Hacia-nuevo-ciclo-luchas-America-Latina .
[14] Franck Gaudichaud, “El peso de la historia. América Latina y la mano negra de Washington”, Le Monde Diplomatique, edición chilena, julio de 2015.
[15] Pablo Seguel, “América Latina actual. Geopolítica imperial, progresismos gubernamentales y estrategias de poder popular constituyente. Conversación con Franck Gaudichaud”. En: gesp (coord), Movimientos sociales y poder popular en Chile , Tiempo robado editoras, Santiago, 2015, pp. 237-278. En línea: parte 1: http://rebelion.org/noticia.php?id=193696 y parte 2: http://rebelion.org/noticia.php?id=193782.
[16] Cf. Marta Harnecker, “Los movimientos sociales y sus nuevos roles…”, op. cit.
[17] Tamia Vercoutère, prólogo a la edición ecuatoriana del libro América Latina. Emancipaciones en construcción (Quitogo, IEAN, 2013).
[18] Pablo Rojas Robledo, “Hay que sembrarse en las experiencias del pueblo”. Fin de ciclo, progresismo e izquierda. Entrevista con Miguel Mazzeo”, Contrahegemonía, septiembre 2015, http://contrahegemoniaweb.com.ar/hay-que-sembrarse-en-las-experiencias-del-pueblo-fin-de-ciclo-progresismo-e-izquierda-entrevista-con-miguel-mazzeo .
[19] Sobre la noción de Ecosocialismo, tal cual como la entendemos: http://www.democraciasocialista.org/?p=1526.
[20] Miriam Lang, Belén Cevallos y Claudia López (comp.), La osadía de lo nuevo. Alternativas de política económica , Quito, Fundación Rosa Luxemburg/Abya-Yala, 2015, pp. 191-192.
Fuente: http://revistamemoria.mx/?p=645
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