El
7 de marzo cayó uno de los más sólidos mitos de los uruguayos: la
confianza en las empresas estatales. Ese día quienes abrieron los grifos
sintieron un olor nauseabundo y los que tomaron mate o café sintieron
un sabor extraño. La empresa estatal encargada del suministro de agua,
OSE (Obras Sanitarias del Estado), debió reconocer “un episodio” de
contaminación con algas en la cuenca del río Santa Lucía, que abastece a
seis de cada diez uruguayos.
Las autoridades cerraron filas y negaron enfáticamente la
contaminación de las fuentes de agua, que siempre habían sido de gran
calidad. Sin embargo, gran parte de la población no creyó en los
argumentos del Estado y se volcó a comprar agua embotellada agotando las
existencias.
Este suceso no hubiera tenido mayor trascendencia si no fuera porque
en los últimos años viene creciendo un movimiento contra la instalación
de una mina de hierro a cielo abierto, Aratirí de capitales hindúes, que
cuestiona además la contaminación por el uso masivo de plaguicidas y
fertilizantes en los cultivos de soya y en la forestación. En rigor, la
sensibilidad ambientalista creció con el debate instalado a raíz de la
instalación de una enorme fábrica de celulosa en el río Uruguay.
En aquel momento, entre 2003 y 2008 aproximadamente, en un clima de
euforia por la llegada al gobierno del Frente Amplio (2004) y un
ambiente nacionalista exacerbado por las controversias con los
ambientalistas y el gobierno argentinos, la mayor parte de la población
apoyó al gobierno uruguayo. Ahora las cosas cambiaron. La población
rural (apenas el 5% del total) comenzó a percibir los efectos nocivos
del desarrollo agropecuario y los pequeños productores tradicionales
(incluyendo los ganaderos) comenzaron a movilizarse.
Un país contaminado
Es difícil aceptar que los ríos uruguayos están contaminados. El país
fue siempre un paraíso natural, con industria liviana y pocos coches,
con ganadería extensiva y agricultura cerealera. Pero en la última
década, por la especulación con los alimentos y los minerales, las cosas
cambiaron drásticamente.
Los principales cambios se concentran en la producción rural, a lo
largo de los últimos diez años. El precio de la tierra se multiplicó por
seis (de 500 a 3.000 dólares la hectárea en promedio). El 38% de la
superficie agropecuaria fue vendida, y el 41% fue arrendada[2].
Entre 2000 y 2008 los propietarios uruguayos perdieron 1,8 millones de
hectáreas que pasaron a las sociedades anónimas que adquirieron una
superficie similar.
Hubo una fuerte concentración de tierras en capitales
multinacionales: catorce grupos poseen un millón de hectáreas. Montes
del Plata (chileno- sueco-finlandesa) tiene 234.000 hectáreas; le sigue
Forestal Oriental (finlandesa) con 200.000 hectáreas. La estadounidense
Weyerheuser tiene 140.000 hectáreas y las argentinas El Tejar y
Agronegocios del Plata (ADP) con 140.000 y 100.000 hectáreas completan
la lista de las mayores inversiones extranjeras.
En la campaña 2001-2002 había sólo 29 mil hectáreas sembradas con
soja. En 2012 superó un millón de hectáreas. Otro millón están
forestadas. Esto supone un aumento exponencial del uso de plaguicidas y
fertilizantes que son arrastrados por la lluvia hasta los ríos. Aquí
comienza un drama que la población está empezando a percibir.
Un estudio de la Dirección Nacional de Medo Ambiente (DINAMA) de 2011
en el río Santa Lucía (del que proviene el 60% del agua potable)
resultó en un escándalo: los niveles de fósforo admitidos
internacionalmente son de 25 microgramos por litro, pero en el río los
mínimos oscilaron entre 70 y 12.900 microgramos por litro[3].
Ha habido múltiples denuncias de científicos y organizaciones
ambientalistas sobre la contaminación, pero el Estado no ha hecho mucho.
El biólogo Luis Aubriot de la Facultad de Ciencias dijo a la prensa
que “sin la reducción de las cargas de nitrógeno y fósforo” no se van a
solucionar los problemas del agua[4].
Otro biólogo, Mario Calcagno, recordó que además de las fumigaciones y
fertilizantes que se usan para la soya el río Santa Lucía recibe
efluentes de frigoríficos, industrias de alimentos y centros urbanos, y
que el monte nativo a sus orillas ha ido desapareciendo. “Es un
desastre”, concluyó[5].
Uno de los argumentos más sólidos fue el esgrimido por Diego Martino,
que representó a Uruguay en el Programa de Naciones Unidas para el
Medio Ambiente: “En 2010 se detectaron niveles de atracina en el agua.
Es uno de los componentes del glifosato. No hay ningún estudio a nivel
nacional que diga cuál es la consecuencia de niveles muy bajos de
atracina consumidos a lo largo de diez años”[6].
En su opinión el principal problema es la incapacidad del Estado para
controlar y luego tomar decisiones. Puso un ejemplo: ¿Cuánto tiempo le
llevó a la DINAMA cambiar la distancia de 50 metros a 500 metros para la
fumigación alrededor de una escuela rural? Años”. No se sabe cuántos
niños enfermaron por esa demora.
Uno de los principales problemas son los embalses, que en su mayor
parte se utilizan para el riego y el cultivo de arroz. En un pequeño
país como Uruguay hay más de mil embalses que con el calor del verano se
convierte en lugares donde crecen algas porque concentran los
agroquímicos. Con las lluvias los embalses derraman sus aguas en los
ríos. Todos los ríos del Uruguay, incluyendo anchísimo el Río de la
Plata, están verdes de contaminación.
El ganado también está siendo afectado. Un productor del centro del
país, cuyas ovejas beben en el gran embalse de Rincón del Bonete, sufrió
la muerte de 56 ovejas en un año, todas intoxicadas[7].
La directora de Recursos Renovables del Ministerio de Ganadería,
Agricultura y Pesca reconoció que “Uruguay no tiene un diagnóstico del
estado de sus aguas”, pero la misma autoridad acepta que se cultive soya
a cuatro metros de lagunas, ríos y arroyos, aunque la legislación
establece una distancia de ocho metros, también insuficiente[8].
Daniel Panario es director del Instituto de Ecología y Ciencias
Ambientales de la Facultad de Ciencias y recibió en 2012 el Premio
Nacional a la Excelencia Ciudadana. Es el más destacado y combativo
científico del país que denuncia la contaminación hace más de 20 años.
En su opinión el mejor ejemplo vinculado al agua es el del plomo.
“En la década de 1940 en Inglaterra se concluyó que el bajo
rendimiento de los niños en las escuelas se debía al plomo y cambiaron
inmediatamente todas las cañerías. En Uruguay esto se comprobó en la
década de 1970. Estamos en 2013 y todavía no se terminaron de cambiar
las cañerías de plomo en Montevideo. Dicen que tienen otras prioridades y
que es muy caro”[9].
Además del Estado, la universidad es un obstáculo para hacer conocer
la realidad a la población. “Uno no tiene total libertad para investigar
temas de interés nacional. Cuando uno sale a hablar se arriesga a tener
que enfrentarse con las autoridades. Hace pocos días el rector aclaró
que yo hablaba a título personal y me dijo que le hacía daño a la
facultad”[10].
Aquí aparecen dos problemas: los académicos priorizan investigaciones
que puedan ser publicadas en revistas especializadas, en general en
inglés, a las que la gente común no tiene acceso. Por otro lado, las
universidades dependen de convenios y fondos que provienen de diversos
organismos internacionales y de empresas privadas que no tienen interés
en que se conozcan críticas a los productos que venden las
multinacionales.
Investigadores como Panario, pese al reconocimiento nacional e
internacional, suelen ser boicoteados por los propios universitarios. Se
presentó en dos oportunidades al fondo nacional de investigadores y las
dos veces fue rechazado. Tuvo que apelar a instancias superiores para
ser admitido. Ahora se muestra feliz ante el crecimiento del movimiento
contra la minería a cielo abierto.
Un movimiento diferente
Los precios del mineral de hierro se mantuvieron estables por veinte
años. En 1985 la tonelada métrica seca se pagaba a 26 dólares. En 2004
había llegado a 38 dólares para trepar a 140 en 2008. En 2009 el precio
cayó a 101 dólares la tonelada, pero ahora está subiendo. No es
cualquier metal, ya que el mineral de hierro representa el 95 por ciento
de todos metales utilizados en la industria.
Minera Aratirí pertenece a Zamin Ferrous, grupo indio con sede en
Londres. Cuenta con siete proyectos en Sudamérica, cinco de ellos en
Brasil, uno en Perú y otro en Uruguay, y espera producir en todo el
continente unos 50 millones de toneladas de mineral de hierro para 2013.
Pero el potencial de la empresa en la región se eleva a 10 mil millones
de toneladas.
En Uruguay se les concesionaron unas 110 mil hectáreas en zonas
dedicadas a la ganadería extensiva y la forestación, donde realizaron
perforaciones para detectar las áreas de mayor densidad de mineral de
hierro. El proyecto minero tiene tres partes: la zona de explotación, el
mineroducto de unos 220 kilómetros hasta la costa de Rocha y la terminal de carga. En total estiman invertir 2.000 millones de dólares.
A fines de 2010 cuando el parlamento aprobó el Código de Minería los
pequeños productores rurales de las localidades donde se instalará
Aratirí, Valentines y Cerro Chato (180 y 3.000 habitantes cada una),
comenzaron a movilizarse. En enero de 2011 comisiones de vecinos de la
costa, donde se instalará el puerto para la exportación del hierro,
iniciaron una recogida de firmas contra el proyecto.
De ahí en adelante la actividad se fue intensificando. Primero
asistieron al parlamento a explicar los motivos de la oposición al
proyecto. Los pequeños ganaderos verían distorsionada la producción, ya
sea porque serán expropiados y forzados a emigrar o por la contaminación
del aire y el agua. Los habitantes de los pueblos costeros sufrirían
daño en la pesca y se ahuyentará el turismo.
Luego realizaron decenas de charlas informativas en los más diversos
lugares, muchos de ellos pequeños pueblos de 50 o 100 habitantes.
Finalmente convocaron una primera marcha nacional en Montevideo con la
consigna “No a la minería, sí a los recursos naturales”, en mayo de
2011. La empresa convocó a su vez una marcha en Cerro Chato movilizando
comerciantes y trabadores. Al día siguiente los productores doblaron la
cantidad de personas movilizadas, desafiando a la multinacional que
también comenzó a realizar charlas informativas boicoteadas por los que
se oponen a la minería.
En julio de 2011 se creó la Confederación de Pueblos Costeros con
representantes de siete pueblos del departamento oceánico de Rocha: La
Paloma (3.500 hab.), Aguas Dulces (400), Punta del Diablo (800), Valizas
(330), La Pedrera (200), La Esmeralda (57) y Cabo Polonio. Se oponen a
la construcción de un puerto en La Paloma para la exportación de madera
para las fábricas de celulosa y del puerto oceánico para el hierro.
El 12 de octubre se realiza la segunda marcha nacional donde
confluyen colectivos del norte, el centro, el sur y de la zona costera,
integrados por productores y trabajadores rurales. Varias personalidades
del arte y el espectáculo participan en un video contra la megaminería.
A partir de ese momento cada región se concentra en la realización de
actividades locales y se crea la Asamblea Nacional Permanente en Defensa
de la Tierra y los Bienes Naturales con unos 36 colectivos de base[11].
A mediados de 2012 el gobierno confirma la construcción de un puerto
de aguas profundas para la exportación de hierro, madera y otros
productos cerca de La Paloma. El movimiento contra la minería realiza en
agosto su primera asamblea nacional en Tacuarembó (norte) con la
asistencia de 300 personas de 35 colectivos.
Participan tres sindicatos, grupos indígenas, radios comunitarias,
productores y trabajadores rurales. Miembros de los pueblos costeros
optan por la acción directa para impedir las obras del puerto de La
Paloma. El 12 de octubre se realiza la tercera marcha nacional en
Montevideo con 10 mil personas, con decenas de gauchos a caballo,
tractores, banderas de pueblos originarios, ambientalistas y sindicatos.
El movimiento contra la minería tiene tres características inéditas
en Uruguay. La primera es que nace en el Interior profundo, en pueblos
de 50 a 3.000 habitantes, luego llega a las capitales departamentales y
más tarde a Montevideo, donde aún se están organizando los primeros
grupos. Esto es al revés de lo que sucedió en la historia de las luchas
sociales, donde casi todos los movimientos nacieron en la capital.
En segundo lugar, es un movimiento de base, asambleario y horizontal,
ligado a la tierra y al territorio, que se inspira en las identidades
populares rurales y no en las tradiciones sindicales y de la izquierda,
aunque ellas están integradas pero no de manera hegemónica. El discurso y
el lenguaje invocan las luchas por la Independencia lideradas hace 200
año por José Artigas y hacen hincapié en todo lo que se relacione con la
tierra.
La tercera es que el movimiento ha rechazado hasta ahora su
institucionalización. Las ONGs están acotadas. Los partidos políticos se
mantienen en silencio. Pero lo más interesante es que no se ha optado
por el camino del referendo nacional, la modalidad que adoptaron parar
todos los grandes movimientos uruguayos desde la recuperación de la
democracia, empezando por el de los derechos humanos.
Hay colectivos locales que recogen firmas para realizar referendos
departamentales, pero se ha optado por evitar un referendo nacional
luego de extensos debates. La experiencia de más de 20 años indica que
ese camino conduce a la desarticulación del movimiento, ya que la
voluntad popular es vulnerada por los que tienen capacidad para hacer
publicidad millonaria en los grandes medios de comunicación.
Ha nacido el primer movimiento social bajo un gobierno progresista.
Cuestiona de modo frontal el modelo extractivista y la contaminación del
agua le da argumentos potentes ante la población. Como dijo Panario
reflexionando sobre las consecuencias del huracán Sandy en New York y el
debate sobre el cambio climático: “Tiene que ocurrir una catástrofe
para que la población tome conciencia”.
Raúl Zibechi es analista internacional
del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre
movimientos sociales en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y
asesor a varios grupos sociales. Escribe el “Informe Mensual de
Zibechi” para el Programa de las Américas www.cipamericas.org/es.
Recursos
“Aguas de marzo. Agroquímicos y potabilidad”, Brecha, 22 de marzo de 2013.
Asamblea Nacional Permanente en Defensa de la Tierra y los Bienes Naturales: http://endefensadelatierraylosbienesnaturales.noblogs.org/
Cirio, Ignacio, “Efectos colaterales”, video, Radio Mundo Real, 2012, en www.radiomundoreal.fm/rmr
El Observador (diario): www.elobservador.com.uy
Movimiento por un Uruguay Sustentable (MOVUS): http://movusuruguay.org/
Observatorio Minero del Uruguay: http://www.observatorio-minero-del-uruguay.com/
OSE (Obras Sanitarias del Estado): www.ose.com.uy
Santos, Carlos, ¿Que protegen las áreas protegidas?, Montevideo, Trilce, 2011.
Zibechi, Raúl “Los condenados rompen el silencio”, Programa de las Américas, 12 de enero de 2012 en http://www.cipamericas.org/es/archives/6003
Zibechi, Raúl “Las penas son de nosotros. La conformación de un nuevo
bloque de poder en Uruguay”, en Gariela Massuh, Renunciar al bien
común, Mardulce, Buenos Aires, 2012.
Zibechi, Raúl, Entrevista a Daniel Panario, Montevideo, 8 de abril de 2013.
[1] OSE, 21 de marzo de 2013.
[2] Todos los datos proceden de: Raúl Zibechi, Las penas son de nosotros, ob cit.
[3] El Observador,
11 de abril de 2013. El río Santa Lucía nace en el centro del país a
100 kilómetros de Montevideo y desemboca en el Río de la Plata cerca de
la capital.
[4] Idem.
[5] El Observador, 12 de abril de 2012.
[6] El Observador, 4 de abril de 2012.
[7] Brecha, 5 de abril de 2013.
[8] Brecha, 22 de marzo de 2013.
[9] Entrevista a Daniel Panario, ob cit.
[10] Idem.
[11] Datos tomados de MOVUS, Observatorio Minero del Uruguay y Asamblea Permanente.
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